miércoles, 7 de septiembre de 2011

LAS VERDADES DE PEROGRULLO: Edmundo López Bonilla


LAS VERDADES DE PEROGRULLO

Edmundo López Bonilla

En el lapso de los días que van  del 22 al 27 de agosto, la Universidad Veracruzana celebró el “Festival de la Lectura 2001” en la región Córdoba-Orizaba, con actividades en todas sus Facultades, y Centros de Idiomas, que incluyeron: conferencias, presentaciones de libros, funciones de cine, círculos de lectura, cuentacuentos, lectura de poemas, e inclusive música clásica y son jarocho. Todo girando naturalmente sobre la importancia del libro, de la lectura y con la intención de que entre los universitarios se fomente este enriquecedor y gratificante hábito.
En el ámbito universitario de la región Córdoba-Orizaba se cumplió cabalmente el programa y la institución valorará los resultados. Sin embargo, es fuera de los campus universitarios; en las tres fases previas de la  educación donde es urgente atender el despego, la franca aversión a la lectura, no solamente de textos literarios, sino de textos relacionados con las materias que se estudian, y por lo tanto la desatención a las bibliotecas.  
No queda la menor duda de que la intención de promover la lectura, es buena: la creación de nuevas bibliotecas, la ampliación de las existentes, también lo es. Sin embargo, ateniéndonos a la realidad, es imperativo preguntarnos. ¿Quiénes van a asistir a las salas de lectura, si esta actividad es francamente despreciada por las diversas capas de la sociedad? Las bibliotecas actuales reciben afluencia escasa, y los pocos usuarios son ocasionales: la mayoría estudiantes que cumplen investigaciones encargadas por los maestros del reducido número que no encargan “planillas” o trabajos “bajados” de la internet. Si se mira con detenimiento, ahí radica parte del problema; por años los mentores se han conformado con recibir recortes de las citadas láminas, o copias y copias impresas con información de la red, sin ningún escrito que resuma, amplíe o explique los temas.
Esto empieza a darse desde la instrucción primaria, creando un reflejo condicionado: presentación de recortes o láminas, igual a tarea cumplida. Asumiendo esta situación, se olvida que el leer y luego resumir, ampliar o explicar cumple tres funciones: leer, razonar y escribir; que leer mejora la ortografía, aumenta el conocimiento y la capacidad de discernir; que el escribir corrige la caligrafía y es un método de fijar los conceptos. Pero los maestros y los padres de familia, cobijándose en la comodidad que prestan las citadas láminas rompen el ciclo de lectura, comprensión y expresión escrita. Tal conducta empieza desde los años de instrucción primaria, —se  dijo anteriormente— pero se refuerza en secundaria y bachillerato por la facilidad de acceder al servicio de “internet” y la posibilidad de bajar información e integrarla a las tareas, sin darles una somera lectura. Porque se pide información impresa sobre el tema, no informar sobre la comprensión del tema por medio de la lectura y la escritura.
En las escuelas los programas deben cumplirse y acaso por esto a los maestros no les da tiempo de revisar a fondo los trabajos, quizá los mismos maestros, cuando fueron niños cumplieron encargos de investigación, adicionando recortes de láminas, y desde entonces fueron disuadidos del placer de leer, o sólo leyeron, acaso leen únicamente para instruirse en lo concerniente a su trabajo.
Mientras no se corrija este malentendido en las escuelas, en tanto los maestros no sean verdaderos lectores, convencidos del valor de la lectura, cualquier intento de promoción de la lectura y por tanto la comprensión de la información o enseñanza que se recibe, estará amenazada por el fracaso.
Aunque no lo parezca la pérdida del hábito de lectura es alarmante y sus funestas consecuencias ya están plenamente instaladas en nuestra cultura. Las causas son varias y han movido la atención de los estudiosos. Giovanni Sartori en el libro “Homo videns, La sociedad teledirigida” de editorial  Taurus, atribuye este fenómeno como mecanismo de los sistemas políticos para lograr entes con las ambiciones dirigidas o controladas. En el capítulo 3, El video-niño, del citado libro se lee: “…es la televisión la que modifica primero y fundamentalmente, la naturaleza misma de la comunicación, pues la traslada al contexto de la palabra (impresa o radiotransmitida) al  contexto de la imagen…” Afirma asimismo que la televisión “domina el proceso de formación del adolescente”.
Como pensador, Giovanni Sartori analiza el problema en varias facetas y cita cifras de su país, (Italia) que con ligeras variantes se dan casi en todas las partes del globo. Dice que los niños aun teniendo “nana” están expuestos a programas para adultos desde los tres años, pues la madre o quien haga las veces de ésta, no pueden pasar la vida sin tener el televisor encendido. Argumenta que: “Por encima de todo, la verdad es que la televisión es la primera escuela del niño (la escuela divertida que precede a la escuela aburrida)”… “(Por el contrario, desde otro punto de vista, el niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee, y por lo tanto, la mayoría de las veces es un ser “reblandecido por la televisión”, adicto de por vida a los videojuegos)”.
Vistos los resultados del deficiente aprovechamiento escolar en todos los niveles, sería sano que amplias capas de la población dosificaran el tiempo que los niños ven el aparato. ¿Pero los adultos? La mayoría de los cuarenta añeros están formados en la cultura televisiva y por lo tanto leen poco o nada y son adictos de “por vida a los videojuegos”. ¿O no es eso pasarse el tiempo libre mirando deportes que quizá nunca hayan practicado, o comentando y discutiendo detalles de la vida de los atletas y las telestrellas como un entretenimiento que llena la vida?
Éstas y muchas cuestiones más preocupan a los promotores de la lectura que miran un futuro incierto con gente que sabe leer, pero es analfabeta funcional. Se tiene el convencimiento de que se asistió a la escuela para lograr los certificados, que son los salvoconductos en la batalla de obtención del empleo y una vez logrado éste, pareciera que el conocimiento es una cosa que estorba, algo que  está confinado en libros que es mejor no abrir, porque muestran cuánto ignoramos.
Hasta aquí únicamente he hablado de conocimiento. Pero… ¿El placer de la lectura?... ¿Acaso existe placer en éso que nos atormentó, todos los años que estuvimos en la escuela? Se olvida que éso que nos atormentó, fue lo que nunca entendimos: se trate de lecturas, de números o de fórmulas, de que  están repletos los libros, las bibliotecas. Desde hace muchos años del siglo pasado en todo el país, con el advenimiento del libro de texto gratuito, los padres de los niños asistentes a las escuelas oficiales, no se vieron en la necesidad de comprar los libros necesarios.
No hay duda de que las ideas de dos hombres: “el Secretario de Educación Pública Jaime Torres Bodet, destacado hombre de letras, académico y diplomático mexicano, que impulsó una extensa campaña de alfabetización y tuvo en mente la idea de que cada alumno asistiera a la escuela con un libro pagado por la Federación, porque sintió gran preocupación por los libros con los que se educaba a los niños y niñas de la educación obligatoria del país; y el presidente de la República, Adolfo López Mateos, que llegó a la conclusión de que el principio de gratuidad de la educación básica, consagrado en la Constitución, no estaba siendo plenamente cumplido porque los libros de texto eran excesivamente costosos, de mala calidad e inaccesibles para la mayor parte de las familias mexicanas”, fueron acertadas.  
Únicamente que alguno de los antiguos libros, incluían entre el material didáctico, el bello soneto del poeta venezolano Elías Calixto Pompa, titulado “Estudia”, que por razones de espacio, acomodé a renglón seguido, y que dice:
“Es puerta de la luz un libro abierto,/ entra por ella niño y de seguro/ que para ti serán en lo futuro/ Dios más visible, su poder más cierto.// El ignorante vive en el desierto,/ donde es el agua poca, el aire impuro./ Un grano le detiene el pie inseguro,/ camina tropezando, vive muerto. // En esa de tu edad abril florido/ recibe el corazón las impresiones/ como la cera al toque de las manos. // Estudia y no serás cuando crecido/ ni el juguete vulgar de las pasiones,/ ni el esclavo servil de los tiranos”.
Bella lección que no solamente se limita a pugnar porque el amor a los libros y al conocimiento no sufra mengua, sino con claridad, manifiesta el problema actual: Desde hace décadas el Estado ha dejado que la televisión deshaga en unas horas, lo que los maestros trataron de enseñar con los deficientes programas, durante ocho horas de la vida de niños y jóvenes. A ciencia y paciencia, el Estado, que debería ser rector  de la educación, ha dejado que por medio de la televisión, los video-niños y adicto(s) de por vida a los videojuegos pululen por el país.
Y eso, sin duda, es fábrica eficaz de  “juguete(s) vulgar(es) de las pasiones,/  y de (…) esclavo(s) servil(es) de los tiranos”
Quiera el cielo que a los “genios de la educación” no se les ocurra, hacer obligatoria la amenaza de la medición de velocidad en la lectura de las tres primeras fases de la enseñanza: “Contabilizar el número de palabras leídas en un minuto por un alumno de primaria y secundaria como una de las principales estrategias para promover la lectura y su comprensión, es la forma más eficaz de acabar con el placer de leer, aseguraron pedagogos y especialistas en políticas educativas de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) y la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM).
“Luego que el titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Alonso Lujambio, dio a conocer el pasado 27 de agosto los Estándares Nacionales de Habilidad Lectora, que establecen el número de palabras que un estudiante de educación básica deberá leer por minuto, los expertos destacaron que no sólo es una medida absurda y regresiva, ya que desde los años 60 del siglo pasado se abandonó su práctica. En los hechos, es una verdadera vacuna para no leer. (Periódico La Jornada, 5 de septiembre de 2010).
Lo cual, amable lector, redondearía la incesante labor de la siempre presente, entrañable, indispensable “tele”.

31de agosto-1 de septiembre de 2012

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