domingo, 18 de septiembre de 2011

Pintura del IX duque de Medina Sidonia
 
El rey se empeña en probar, sin constancia evidente, que los dos primos andaluces pretenden extirpar Andalucía de la Corona
 
UNA LUPA SOBRE LA HISTORIA

La conspiración de Sevilla

Durante el reinado de Felipe IV acusaron al duque de Medina Sidonia y al marqués de Ayamonte de traicionar a la corona aliados con Portugal

18.09.11 - 00:46 -
Vivía España un periodo que se ha conocido como 'La Crisis de 1640', momento crítico del reinado de Felipe IV, el más largo de la Casa Austria. Castilla era la región que más había colaborado con los gastos de la Monarquía, pero empezaba a sentirse agotada por tantas extracciones de capital. El valido del rey, Conde Duque de Olivares, exigió a los demás reinos que dependían de la corona: Portugal, Sicilia y Cerdeña, Nápoles, Países Bajos y algunos otros ducados, que contribuyeran con una aportación equivalente a la castellana. Esta nueva orden produjo la consiguiente e inmediata contestación. Sorprendentemente, dentro del mismo reino de España, Cataluña y Andalucía se suman a los descontentos encabezados por Portugal.
En Cataluña se inicia la llamada Sublevación de 1640, el día del Corpus, cuando se amotinaron unos 500 segadores y otros temporeros que llegaron a Barcelona para celebrar la gran festividad y el fin de la cosecha. Murieron 13 personas, entre ellas el virrey Dalmau de Queralt y Codina, al que la turba, enfebrecida, persiguió por calles y plazas, golpeándolo y apuñalándolo hasta morir. Pasaron cuatro días antes de poder sacar de la ciudad a los amotinados.
Aragón fue la siguiente región en sublevarse, sin tanta violencia pero no carente de importancia. Luego fue Portugal que, aprovechando la debilidad de la monarquía española, proclamó rey al duque de Braganza, con el nombre de Juan IV.
Ya era 1641 cuando a la revuelta se une Andalucía. Allí el marqués de Ayamonte y el duque de Medina Sidonia, supuestamente, se unen para desarrollar una conspiración contra la corona con el apoyo de Portugal. A esta alianza se la conoce como la Conspiración de Sevilla.
Gaspar Pérez de Guzmán y Sandoval, IX duque de Medina Sidonia, era el jefe de la poderosa casa de los descendientes de Guzmán el Bueno y el heredero del ducado más antiguo de cuantos habían otorgado los reyes castellanos. Además era, por su título, capitán general de la Mar Océana y Costas de Andalucía, lo que da idea de su inmenso poder, acrecentado en este caso porque su hermana, Luisa de Guzmán, estaba casada con el duque de Braganza que se había impostado rey en Portugal.
De una de las ramas menores de esta poderosa Casa es jefe su primo, el VI marqués de Ayamonte, Francisco Manuel de Guzmán y Zúñiga.
Aprovechando el momento de debilidad, Portugal se independiza y en España, se planifica la invasión, pero con una precariedad de medios que casi produce risa.
Estaba prevista la formación de varios cuerpos de ejército que entrarían simultáneamente empujando al enemigo hasta el mar y así ocupar las plazas estratégicas. El duque de Medina Sidonia, al mando de uno de los cuerpos de ejército, sería el encargado de reconquistar el Algarbe. Su ejército lo formaría la infantería de Sevilla y la Caballería de Granada, pero los fondos para financiar las operaciones no existían y las órdenes que emanaban del rey eran que eso no debía constituir un pretexto, pues no se debía excusar medio alguno en una empresa de aquella envergadura.
Tampoco había armas, por lo que se encargó a una nave del duque de Nájera que fuera por todos los puertos de soberanía española en el norte de África para recuperar todas las que estuviesen arrumbadas en pañoles por inservibles y que se trasladasen a Cádiz, donde serían reparadas. Si con esta acción no había suficiente armamento para la tropa, debían comprarse las que los barcos y los particulares tuviesen. Pero no había con qué pagar, ni con qué reclutar levas que sirviesen para completar las deficiencias de personal de los ejércitos.
Cuando el duque de Medina Sidonia expuso la realidad de la situación, fue acusado por el rey de desidia por no iniciar la campaña del Algarbe. El duque le contestó que de inmediato se ponía manos a la obra y que traería al impostor portugués, su cuñado, vivo o muerto, pero que para iniciar la contienda necesitaba 10.000 infantes, 1.000 caballos, cañones, mosquetes, arcabuces, picas y toda clase de bastimentos de guerra que enumeraba concienzudamente y de los que no disponía.
El rey tardó en comprender la realidad de la situación, pero parece que al fin lo hizo y dejó de presionarle, obligándole a abrir negociaciones con el impostor portugués. Es más que posible que a estas alturas, el duque estuviese saturado de tanta estupidez y desconocimiento de la realidad, porque harto de hacer ver a la corte que no había posibilidad de efectuar ninguna invasión, se encontraba siempre con la prepotencia del monarca que, aconsejado por su valido, no era capaz de ver la realidad.
Las sospechas de traición que se tenían en la corte acerca de la lealtad del duque, se vieron supuestamente confirmadas en el verano de 1641 al interceptarse una carta entre los dos primos aristócratas; la misiva no se puede constatar y se dijo ser intervenida por un enviado real llamado Antonio de Isasi, que nunca apareció. Esta supuesta carta, unida a los testimonios de dos frailes llamados Nicolás de Velasco y Luis de las Llagas, así como el prestado por el presidente de la Contaduría Mayor de Cuentas, Francisco Sánchez Márquez, inician el proceso en el que se da por sentado la existencia de la conspiración.
Los dos frailes hablaron en la corte de una supuesta conjura de los nobles primos andaluces que se cruzaba con la que facilitaba el contador Mayor. Éste decía que estando preso en Portugal había escuchado a dos criados del duque de Braganza que la armada portuguesa se estaba preparando para conquistar Cádiz.
La corte, abochornada por las sublevaciones, en total bancarrota y aceptada la pérdida de Portugal, decide ejercer una acción de fuerza contra aquellos dos nobles que representan a la casa más poderosa de la nobleza española. Se inicia una verdadera conspiración que tiene por objeto ocultar la realidad: la debilidad de la corona.
Los nobles fueron llamados a la corte. A la reunión no acude el duque que dice estar enfermo, pero lo que está es moviéndose rápidamente para buscar apoyos y tramar una verdadera conjura que enfrenta a la trama urdida desde la propia corte. Pero ni los nobles de Andalucía, ni la iglesia, ni ningún estamento estaban a favor del duque.
Dice la crónica que se esperaba la llegada de una flota franco-holandesa con la que hostigarían los puertos más importantes, mientras que desde el interior se tomarían las plazas clave, pero lo cierto es que no hay documentación que acredite dicha aseveración, ni existía una fuerza de ejército con la que llevar a cabo aquella acción que suponía una actuación simultánea y contundente en los puntos militarmente más poderosos de Andalucía.
El rey se empeña en probar que los dos primos andaluces, en connivencia con el impostor de Portugal y ayudados por potencias extranjeras, han pretendido una sublevación de Andalucía para extirparla de la corona; claro que probar todo eso sin ninguna constancia evidente de la conjura, del apoyo portugués y de lo que es más importante, sin que se haya visto en las costas andaluzas ni una sola vela, y muchísimo menos una flota extranjera, es tarea ardua.
Pero, como ocurre desde siempre, es mucho mejor que se hable de eso que no de lo que realmente está ocurriendo. ¿Qué pasa con los tesoros que llegan de las Colonias? ¿Cómo puede estar en la ruina un país que recibe esa ingente cantidad de riquezas?
Las razones se han estudiado y parecen claras en cuanto a producción, balanza comercial y lo que se quiera añadir, pero lo que no se puede obviar es la tremenda corrupción instalada en todo el país.
Hay que esconder la verdad tras la existencia de una conjura contra la corona. La trama continuó y el marqués de Ayamonte terminó en prisión, el duque de Medina Sidonia, la eludió, y las cosas siguieron por malos derroteros.
Fueron años de peregrinar de una a otra prisión, de soportar cientos de interrogatorios. Para terminar, el de Ayamonte, condenado a muerte en 1648 y ajusticiado en el Alcázar de Segovia, murió por decapitación.
El de Medina corrió mejor suerte, porque conservó la vida pero perdió una parte muy importante de su patrimonio y la capitanía de la Mar Océana.

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